sábado, 19 de julio de 2008

Capítulo 2. Cielo de película.

Aquellas calles tristes me recordaban mientras las recorría con la mirada, a aquel invierno triste de película, en el que, la protagonista, rubia, esbelta y guapa, caminaba triste por las calles de Nueva York cruzando miradas con desconocidos y haciendo caso omiso a los coches que salpicaban agua sobre su abrigo de chanel de quinientos dolares.

Quizá porque siempre , procuraba mantenerme despierta con aquella música en mis oídos, aquellos ritmos casi felices, armoniosos, que me ocultaban que detrás de aquellas fachadas se escondía gente con vidas vulgares, que no había estanque , ni pájaros que alimentar.

Que en un par de calles cruzarías cuatro manzanas, sin necesidad de taxis y que al llegar a aquel piso de paredes granates la música seguiría de fondo, y que, afortunadamente, aquellos minutos tristes apenas duraban un cuarto de película.

Aquello no era Brooklyn, ni yo era rubia, ni tenía los ojos del color de alguna piedra preciosa o de una tarde soleada sobre el pacífico.
Mi pelo, tenía el color de una tarde oscura de otoño y me tapaba la mirada triste que aveces, sin querer, le ofrecía al mundo.

Sabía que sonreír de vez en cuando no era malo, y aquellas películas, canciones y sueños eran las pocas cosas en la vida que me quedaban por olvidar, a veces sólo podía sonreír, llorar, o sentir miedo con ellas.

A veces, el mundo no me era suficiente. Ni siquiera yo misma.




Me cuesta creer que todos tengamos un final feliz. Creo, que lo más cerca que puedes estar de la felicidad es siendo rubia o viviendo en Brooklyn.

jueves, 17 de julio de 2008

Domingo


Era una tarde de Domingo. De esos domingos de calles húmedas y cielos medio amueblados. De los que dejan mal sabor de boca, grises.
Era Domingo.

El café de siempre despedía un olor a rancio, llevaba en la mesa más de tres cuartos de hora, en los que yo, mujer de pocas miradas, me dedicaba a observar a las parejas ir y venir, sentarse, discutir, y volver a marcharse tras el incómodo sonido que proporcionaba el móvil sujeto encima de la puerta.


Adiós.


Y no volvias a verlos. Quizá sus caras no te resultaban familiares, ¿porqué estaban allí? ¿volverían?... Apenas sabía si me gustaría volver a verlos, pero eran el entretenimiento de esos días de otoño que no apetecia ver el sol, o simplemente, me acurrucaba en aquél sordido bar a beber el típico café de aquella típica tarde triste de Enero, porque aunque fuese Enero, para mí siempre era otoño.


Doblé el periódico echándole una última mirada de desdén a las noticias que, no se si afortunadamente, me recordaban que en el mundo también era otoño.
Cogí mi abrigo y me decidí a salir de aquel tugurio. Pagué con algunas monedas sueltas y me despedí con una sonrisa. Si, parecerá extraño, pero soy de esas personas que aun infelices, me gusta pagar un poco de atención con una media luna en la cara.
Bofetada.
El invierno cada vez era mas frío, o era yo, que estaba más muerta, pero aquello se hacia insoportable. Me abrigara cuanto pudiera
el viento se metía entre los nudos de la lana, entre los ojales de los botones y recorría poco a poco la piel hasta adentrarse en el hueso , arterias y llegar al corazón. El cielo volvía a resoplar, eché una mirada de perdón y quitándome el pelo de la cara me decidí a volver a casa…


Seguía siendo domingo.